sábado, 18 de septiembre de 2010

Historia del Juego en España

Traigo algunas de mis "Notas" desde una red social hasta aquí a mi Blog para que no se pierda en la inmensidad de la Red (como dice Tito Rubbo, gracias) :

HISTORIA DEL JUEGO en España_De la Hispania romana a nuestros días (Marc Fontbona).

INTRODUCCIÓN

Hay gente que afirma no haber jugado nunca. Lo dicen con desdén hacia el juego y presumiendo de su virginidad. Mienten. Quizá no lo hagan de mala fe, pero es falso.Todos jugamos. Es improbable que a lo largo de una vida nadie haya comprado un billete de lotería o rascado el cartón promocional de las bolsas de las patatas con el afán de averiguar si le ha tocado otra bolsa gratis o el antipático "siga jugando". Incluso los niños cruzan apuestas en el patio del colegio cuando juegan a picar cromos, perdiendo y ganando sus estampitas. Jugamos diariamente aunque no nos demos cuenta de ello. El conductor que pisa el acelerador y sobrepasa el limite de velocidad está jugando. Sabe que el premio es llegar unos minutos antes, pero los puntos de su carnet están en juego. El conductor calcula instintivamente las probabilidades de ser detectado por un radar y las compara con el premio y las potenciales pérdidas. Ese cálculo aproximativo apenas difiere de las martingalas que usa un apostador en las carreras de caballos. Incluso si decide mantenerse en el límite de velocidad y no tentar la suerte estará jugando, porque abstenerse de apostar es una forma cabal de jugar.

En realidad, la vida misma es un juego con sus propias reglas, adversidades y competidores. Siempre arriesgamos algo. El pescador puede volver de faenar con las redes llenas o naufragar en el intento. Si logra sus fines gana, si no pierde. Ganar o perder es el lenguaje de la vida. Y el del juego.

La vida tiene un final abierto. Nunca sabemos qué nos depara el futuro. El mañana constituye uno de los rasgos definitorios de nuestra existencia la cual se perfila como una partida de dados transcendental.

Jugamos a diario y a menudo perdemos. Atribuimos a la buena o mala suerte el éxito de nuestras iniciativas. Cuando un negocio val mal, se disculpa el representante alegando haber tenido mala suerte. Aunque puedan parecer excusas de mal perdedor, el azar si existe y realmente puede repercutir en el desarrollo de un acontecimiento. El azar quizá no sea una confabulación cósmica que interceda a favor o en contra de uno según la simpatía de los dioses, pero la suerte existe realmente. El azar es ese conjunto de factores que altera de manera imprevisible nuestras acciones. Es la racha de viento que de improviso sopla para desviar la trayectoria de una pelota de tenis magistralmente disparada por un "top ten" y que le hace perder el partido. Nuestros movimientos no están aislados , sino que se encuentran inmersos dentro de un caótico orden natural que es humanamente imposible de estudiar. Podemos intentar calcular la repercusión de nuestros actos pero siempre hay factores imperceptibles que escapan a nuestras predicciones, efectos mariposa con los que no contamos y que deciden sobre nuestro destino.

La conciencia del alcance que el azar tiene sobre nuestros actos nos aterroriza. Una sensación de vértigo nos invade cada vez que tomamos una decisión que entraña algún riesgo, porque sabemos que nuestras acciones tienen consecuencias inciertas. Se trata de la adrenalina que liberamos cuando sacamos una chuleta en un examen, la turbación previa a atrevernos a dar el primer beso o el rapto extremo que sentimos después de apostar una suma significativa al rojo de la ruleta. La incertidumbre provoca un miedo angustioso. Es una señal de alarma fisiológica que nuestro instinto de supervivencia hace sonar cuando nos exponemos a un peligro. Entonces ¿por que jugar?, ¿Que nos impulsa a asumir riesgos innecesarios en un casino?.

No deja de ser curioso que la mayoría de lenguas se refieran a este fenómeno con él termino "juego, jeu de hasard, Glückspiel" cuando, de echo, se trata de una actividad terriblemente seria que implica el manejo de dinero. En esencia, los juegos de apuesta, como los juegos infantiles, son un sucedáneo de la realidad con el que podemos experimentar sin asumir grandes riesgos. De igual modo que los muñecos reproducen el mundo de los adultos; la ruleta recrea los avatares de la vida. El juego esa mezcla entre azar, dinero, suspense y placer, es una sublimación de la pugna vitál puesto que una tirada de dados o una carrera de caballos tienen un desenlace tan abierto como los episodios de nuestra biografía. Tentamos la suerte, nos enfrentamos al destino, apostamos, como dice el filosofo, "para comprobar si se está o no en estado de gracia".

Seguramente hay tantos motivos para acudir a un casino como jugadores. Sin embargo, existe un denominador común: evadirnos de la realidad y el confort en la vida, pero la estabilidad conlleva grandes dosis de tedio y monotonía. Evitamos los conflictos en pos de la urbanidad pero al reprimir nuestros instintos acumulamos tensión. Para remediar los efectos secundarios del día a día, los humanos inventamos realidades paralelas, mundos fantásticos que nos liberan de la rutina y nos proporcionan emociones excitantes. El cine, los vídeo-juegos o el fútbol televisado cumplen perfectamente con esta misión. Los juegos de azar y las apuestas deportivas también.

Los bingos se llenan de gente porque cuando te falta un número para cantar bingo el corazón te late con fuerza. Es una experiencia estimulante. Todas esas señoras que cada tarde pululan por los salones de bingo lo saben. Y evidentemente, prefieren jugar -aunque al final el bingo lo cante otro- a quedarse apoltronadas en casa.

Una tarde en el casino es una sinfonía de sentimientos: la ilusión que nos da recibir un premio, el enojo por perder una partida, la intriga de saber si nuestras dobles parejas ganan al resto de manos, etcétera. Las sensaciones que experimentamos cuando apostamos por un caballo o por un numero de la ruleta quizás no son tan intensas como el pánico real que sentimos ante un arácnido o un asalto a mano armada. Pero también nos hacen sentir vivos. Sin embargo, controlamos los riesgos. En el casino podemos experimentar el vértigo de cruzar la maroma, pero si caemos nos recoge una red porque solo perdemos dinero y nuestra salud resulta intacta. Arriesgamos en las mesas de juego lo que no nos atrevemos a comprometer en la vida real.

Los salones de juego son espacios irreales diseñados expresamente para alterar la percepción de los jugadores. Como en los parques de atracciones o en el circo, el entorno y la decoración están pensados para absorber al visitante y trasladarlo a un mundo fantástico. El hilo musical transforma el ambiente, jugamos contra impersonales crupieres vestidos de esmoquin y el dinero es remplazado por fichas de plástico. El acto mismo de jugar está ritualizado con una serie de procedimientos marciales, mientras que los destellos lumínicos de las máquinas recreativas nos enajenan de la realidad. Todo es de mentira menos el dinero que perdemos. Los directivos de los casinos o los fabricantes de tragaperras son creadores de sueños que, a veces acaban en pesadilla.

Algunas personas recurren al juego para evadirse de una realidad que les e ingrata. Se refugian en los bingos o en los salones recreativos para eludir los problemas del mundo real. Durante interminables sesiones de juego consiguen aislarse y olvidar todas sus dificultades. Pero cuantas mas horas se juega mayores son las pérdidas, y finalmente se crea un circulo vicioso en el que los problemas se retroalimentan. La ludopatía es la cara mas negativa del juego. Junto con las trampas y las riñas, el juego compulsivo es la causa principal del manifiesto menosprecio general en torno al fenómeno de los juegos de azar y las apuestas deportivas. El juego puede crear adicción; como también el vino e incluso el sexo. Sin embargo, los viticultores gozan de mejor reputación que los empresarios del juego. Si bien, las épocas en las que regía la ley seca o se condenaba el erotismo han quedado superadas, el juego todavía sigue bajo sospecha.

Nuestra reprobación para con el juego revela nuestra ignorancia respecto al tema y no ciertas dosis de hipocresía, Con este libro esperamos poner remedio a lo primero. En cuanto a lo segundo, huelga decir que en definitiva todos jugamos: vamos al hipódromo, echamos el cambio en una tragaperras o probamos suerte con juegos de baja intensidad, como la lotería. Quién se empeña en no hacerlo es que aprecia más al dinero que a los placeres de la vida.

Quien acude a un bingo o participa en una porra futbolistica, lo hace con el propósito de pasar un buen rato. Esta actitud apenas ha cambiado a lo largo de la historia. El hombre que se conecta a Internet para echar una partida de póquer en el siglo XXI lo hace con el mismo propósito que los romanos acudían a las tabernas para jugar a los dados. Sin embargo, los juegos han evolucionado y las circunstancias son otras.

El juego forma parte de la vida cotidiana. Y como tal. a lo largo de los siglos se ha transformado. Lo mismo que el trabajo, la cocina o los sistemas de comunicación. Ciertamente, no jugaban igual los hombres del Medievo que los jugadores del Renacimiento. Los profundos cambios que han experimentado la ciencia, la cultura y la politica a lo largo de 5.000 años de civilización han repercutido en la forma de ganar o perder dinero en las mesas de juego.

La política, por ejemplo, ha determinado la legalidad del acto de jugar y hacer apuestas. En los últimos 2.000 años se han sucedido periodos de legalización, prohibición, alegalidad y tolerancia. Dependiendo de los avatares de la vida política se ha jugado publica o clandestinamente, aunque nunca se haya dejado de hacer. Por otra parte, los avances tecnológicos han conseguido crear nuevos conceptos lúdicos, como el juego onanista que llega al extremo de enfrentar el jugador contra la máquina, superando así la tradicional noción de que el juego es un acto social.

La influencia de los factores externos ha marcado la historia del juego. Y viceversa. Por su parte el juego también ha modificado la historia. Sin los juegos de azar, los matemáticos del Renacimiento y Barroco no se hubieran planteado los problemas que derivaron en la formulación de la teoría de la probabilidad. Y sin jugadores, garitos y tretas, la literatura picaresca hubiera sido menos pícara. El eco del juego también se ha escuchado en el hemiciclo parlamentario e incluso fue el detonante de una grave crisis de gobierno.

Paso a paso se ha escrito la historia de este pedacito de cultura, que ha pasado desapercibida a ojos de todos. Del juego tenemos la imagen esterotipada de las películas, el mito y las leyendas. El presente y el pasado de esta importante actividad humana han sido obviados en España. El aparato cultural del pais ha ignorado deliberadamente este fenomeno, quizá amedrentado por las negativas, connotaciones que arrastra después de largos siglos de prohibición.

Sin embargo, el juego representa el 3% del producto interior bruto nacional. Cada español -mayor de edad- gastó en 2006, mas de 800€ en juegos y apuestas. Son cifras que miden el alcance real del fenómeno. Pero son solo eso: cifras. Detrás de las asépticas estadísticas hay los jugadores y sus motivos, el negocio, los juegos; un universo cuya historia merece ser conocida.


... pues eso, con esto y un bizcocho, hasta mañana a las 8.  =:-)

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